“En las universidades cuanta verdad oculta; cuanta mentira transmitida por los profesores como cosa cierta. En esta dura realidad los estudiantes son inducidos a navegar en una inmensa soledad interior que los ata y les destruye las posibilidades de ser libres”.
Los sueños, las esperanzas y las expectativas de trabajo para los profesionales de las ciencias agropecuarias y las carreras afines son cada vez más inciertas, son cosas del pasado; debido principalmente a tres razones:1. A la decadencia del estado como fuente tradicional de empleo de profesionales. Decadencia hecha realidad por la corrupción burocrática, la inoperancia y el clientelismo politiquero que las ha caracterizado.
2. Por la falta de credibilidad en los profesionales por parte de los productores y campesinos para atender sus demandas a partir de recomendaciones tecnológicas apropiadas, adecuadas y apropiables para incrementar procesos productivos sostenibles a largo plazo.
3. Por pretender transformar todas las soluciones de los problemas de los ecosistemas productivos agropecuarios en normas (recetas) estandarizadas, solamente a partir de la recomendación y la utilización de insumos (venenos, máquinas pesadas, fertilizantes altamente solubles y semillas transgénicas).
La raíz principal de estas tres razones encuentra ligado su cordón umbilical en el actual modelo nefasto de educación agropecuario, el cual se encuentra desfasado y no comprometido con la realidad y los intereses del campo, cuyos profesionales no satisfacen las necesidades de una “agricultura neo moderna agroecológica” en las manos de los campesinos y productores.
Esa incertidumbre comenzó a afectar toda América Latina, cuando las facultades de agronomía se comprometieron hace más de 50 años con la promoción del paquete tecnológico, impuesto por la revolución verde. La decadencia de esta revolución y sus impactos sobre la depredación del biopatrimonio natural, el medio ambiente, la salud de los trabajadores del campo y de los consumidores, la biodiversidad, el suelo, la identidad climática y la cultura de los diferentes pueblos, entre otros, son motivos más que suficientes para que las universidades se enfrenten a la necesidad de tener que revisar y transformar sus viejas estructuras recalcitrantes y planes de estudio con miras a orientar un profesional de acuerdo a las necesidades que exige el desarrollo propio y el futuro de cada comunidad y país de forma sostenible.
Por otro lado, las facultades forman profesionales con una mentalidad de asalariados serviles para la agroindustria, por lo que si no reciben un salario tienen poca iniciativa para crear o montar un emprendimiento o proponer un sistema productivo independiente a partir del cual subsistan. Por lo tanto, actualmente el profesional no tiene la capacidad de ofrecer servicios remunerados de acuerdo a la eficacia y capacidad creadora.
Finalmente, todas estas transformaciones implican un trabajo inmediato en forma conjunta donde participen los campesinos, los productores, los estudiantes, los profesores, la sociedad civil, los investigadores y las organizaciones no gubernamentales (ONG) entre otros sectores, para oxigenar un nuevo cuerpo profesional que sea capaz de enfrentar una economía globalizante que cada vez más, amplía los cordones de miseria, expulsa y asesina campesinos y campesinas, concentra tierras y riqueza, y niega las oportunidades a los más necesitados del campo.
“La universidad que no es capaz de generar conocimiento utópico, pierde la razón de sus seres: los estudiantes. Pierde la razón de su existencia: lo universal”.
Jairo Restrepo Rivera/octubre 17/2020/pachita.