En Nuestra América, una historia que universidades, escuelas de Ciencias Agropecuarias, Ministerios del agro, agrónomos y comerciantes de insumos no cuentan y nunca contarán, es la trágica y macabra historia sobre el origen de los venenos y fertilizantes químicos utilizados en la agricultura. No cuentan que esos insumos fueron inventados para matar personas en la primera y segunda guerra mundial, es decir, son el fruto de la disputa por el dominio global de los negocios.
Plaguicidas, fungicidas, defoliantes, medicinas o remedios, son términos con que muchos agricultores, mal orientados y engañados por agrónomos, se refieren a venenos y agrotóxicos. Tendenciosamente, son llamados “defensivos agrícolas”, por profesores universitarios, sobre todo en las cátedras de entomología y fitopatología. Lo hacen porque los parcos o limitados conocimientos que transmiten a los estudiantes, los reducen al “control de insectos y hongos”, comportándose como verdaderos fitoentomicidas. Creen conocer mucho sobre los efectos y el control de insectos y hongos, pero nada saben sobre su origen y sobre posibles causas para que un insecto o un hongo establezcan relación con una planta. Esto explica por qué se niegan, o niegan conocer que detrás de los venenos se esconde la economía belicista que nos está llevando a la autodestrucción.
Los venenos agrícolas son armas de dominio mundial y se empezaron a utilizar sistemáticamente a partir de las primeras décadas del siglo pasado. Son sustancias o moléculas químicas que los europeos, principalmente alemanes e ingleses, desarrollaron para matarse, en su guerra por el poder económico global.
En los países empobrecidos, los venenos agrícolas no solo destruyen las economías y las formas milenarias de cultivar, sino que vuelven dependientes a productores y campesinos, los esclavizan y los exterminan, tal como hacen con la naturaleza.
Entre enero y marzo de 1991 se desató la guerra del Golfo Pérsico entre Irak y Kuwait. Transmitida en vivo por televisión, fue convertida en espectáculo mundial. Hoy, después de algunos años de haber terminado el “espectáculo”, las personas han olvidado este episodio, como sucede con la mayoría de contenidos televisivos. Pocos saben que la máquina que “fulminó” las intenciones de Saddam Husein fue la misma que alimentó su delirio de aliado de EEUU. En “tiempos de paz”, esa máquina encuentra otras formas de lograr sus altos rendimientos económicos a través de un buen marketing. Las mismas estructuras bélicas, usadas para matar en épocas de guerra, se transforman en falsas “tecnologías a favor de la vida”, mediante la comercialización de nuevos principios activos de venenos para la agricultura y la ganadería. Desde hace poco, estas armas están dirigidas también a la “ingeniería genética* centrada en los controles biológicos.
Si los medios de difusión y propaganda desarrollaran una tarea objetiva de informar sabrían interpretar cómo funcionan los engranajes entre guerra, tecnología, agricultura y farmacéuticas. Quizá, entonces, los ciudadanos y agrónomos al servicio de la sociedad industrial “tendrían otro entendimiento” de la agricultura suicida en la que han sumergido a la gran mayoría de agricultores de Nuestra América.
Pero la incapacidad lleva a tratar de conjurar los hechos con palabras. La falta de resultados conduce a la explicación farragosa de lo inexplicable. Ese es el punto al que ha llegado la jerga de muchos técnicos del sector agropecuario y profesores universitarios. Sin ningún fundamento, amor propio ni aprecio por la vida, defienden el uso de venenos en la agricultura, a cualquier costo. Hoy, la agroindustria, a la vez que produce más venenos, “moderniza” a sus usuarios y difusores con nueva terminología. Todo lo cambian para que nada se transforme, inyectando y cambiando las definiciones e instrumentos de un mercado impune. Para ilustrar lo dicho, basta mirar ciertas definiciones. Los significados creados por la agroindustria, como se muestra enseguida, esconden el impacto macabro que provoca el uso de venenos en la salud de los trabajadores del campo y en los consumidores.
El llamado Manejo integrado de plagas (MIP), oculta la hipocresía tanto de la agroindustria como de las Naciones Unidas a través la FAO, su organización para la Agricultura, creada después de la Segunda Guerra, cuando el uso de venenos y herbicidas en la agricultura es impuesta por la política norteamericana, mediante un discurso velado de “protección” de cultivos, “conservación” de alimentos y “control” de nematodos y “malezas”. Al crear el concepto del MIP se podía vender el discurso taimado de la preocupación por el impacto de los venenos en el medio ambiente.
Manejo Supervisado de Insectos (MSI), fue el concepto que inicialmente echaron a rodar los entomólogos que ayudaron a crear el programa norteamericano. Al poco tiempo, el programa, la farsa de su sigla y el discurso inicial sufren metamorfosis y se consolidan con nuevo nombre y nueva sigla: Manejo Integrado de Plagas (MIP). El concepto sigue vigente, por el frenesí de los agrónomos deformados por la “Revolución verde”, en universidades e instituciones de investigación y extensión rural.
Por el mismo estilo y con el mismo fin de imponer la aplicación de venenos en la agricultura, para el capital bélico, hay renovación de siglas homólogas. Entre otras: Manejo Adecuado de Insecticidas, Manejo Ecológico de Plagas, Uso Adecuado de Insecticidas, hasta desembocar, hoy, en el nuevo delirio académico y de pasión por los venenos, desbordados por la sigla que imponen las mafias agroindustriales: “Buenas Prácticas Agrícolas, BPA”.
Recientemente, aparece en el escenario de los técnicos de campo la pomposa frase “Agricultura de precisión, ADP”. Cuando la escuché por primera vez me hice dos preguntas: ¿cuál es el origen de la tecnología propuesta? y ¿cuál es el técnico capacitado para definir con precisión lo que una planta o un cultivo, en determinado momento de diferenciación bioquímica, necesita para nutrirse, máxime si se trata de aplicar un fertilizante químico industrial? Y claro, el origen de la tecnología se remonta a la espectrometría y geolocalización de información de sustancias presentes en diferentes climas y de variaciones geográficas de propiedades, ante todo químicas, de los suelos, incluyendo delimitaciones físicas con ayuda de GPS e imágenes satelitales, con fines bélicos, probadas en la guerra del Golfo: bajo la arena del desierto, supuestamente, existía la posibilidad de hallar sustancias de alta toxicidad que podían ser usadas por la nación invadida contra los norteamericanos.
Pero terminan los afanes de la guerra y la tecnología se vuelve “tecnología de punta”, adaptada a sofisticados tractores con sensores, receptores y localización sobre un terreno, para la “aplicación precisa” de un fertilizante químico, un herbicida, un insecticida y hasta en una pastura para mejorar dietas de engorde del ganado.
Es crucial no olvidar que los venenos son fórmulas químicas, de síntesis industrial, y siempre provocan ruptura o desintegración de cualquier ecosistema. Son Xenobióticos, es decir, sustancias exógenas o extrañas a la vida. No son componentes naturales.
Jairo Restrepo Rivera, Cali-febrero, 2022. (sin tapabocas, pensamiento y manos libres).