Hoy en día, el objetivo geopolítico y militar del capitalismo consiste en concentrar la propiedad de la tierra, no importa el lugar del planeta a donde haya que ir a buscarla, a cualquier costo e independiente de quienes la habitan o son sus propietarios (familias campesinas, indígenas, afrodescendientes, productores nacionales o el Estado). Las reglas del avasallamiento son claras para los emprendimientos de la banca financiera internacional, con el beneplácito de la corrupción que campea por el planeta. Se pretende un dominio global para la producción de alimentos.
La estampida por producir la comida de otros en tierras de otros, es la lógica de los cultivos commodities. Alimentos básicos, tierras sin costo y mano de obra esclava: negocio lucrativo de las corporaciones, tanto financieras como de la industria que procesa cualquier materia prima para venderla como objeto, semejando comida sana, sin importar su calidad ni su impacto sobre la salud de quienes la consumen.
Las ventajas comparativas de tener un clima multidiverso y contar con el privilegio del sol todos los días, todo el año, para sostener de forma constante la fotosíntesis y hacer más eficiente el rendimiento de los cultivos, hacen más apetecibles estas tierras, que despiertan la voracidad del imperio agro alimentario.
Las mejores tierras para mega-proyectos están entre los trópicos de cáncer y capricornio, y una gran franja abarca a Nuestra América, África subsahariana y parte de Asia, territorios escogidos para el acaparamiento de tierra y el desplazamiento masivo de personas del campo hacia la periferia de los centros urbanos, donde dejan de producir comida, para volverse consumidores de productos de pésima calidad o para ir camino a la mendicidad o la criminalidad.
Estas mega-inversiones toman en cuenta la ubicación geográfica de las tierras y sus características. Deben ser fértiles y de preferencia conectadas por vía terrestre y accesibilidad a puertos marítimos; y posibilidades de disponer de agua las 24 horas del día, sin costo y con acuíferos o agua subterránea; condiciones climáticas que permitan más de una cosecha al año, para máximo rendimiento por metro cuadrado de monocultivo. Algunas tierras de referencia deben ser vírgenes, con o sin bosques y de preferencia planas. Que los suelos sean de formación profunda, ricos en microbiología y si son de origen volcánico o con presencia de elementos tierras raras, mejor. En busca del dorado verde, las corporaciones valoran también la posibilidad de hacer explotación paralela de minería. Los objetivos: deforestar, arrasar, quemar, cosechar, agotar, negociar, especular, estafar y marchar hacia nuevos territorios. A la vez, los Tratados de Libre Comercio, TLC, están por encima de toda persona, comunidad, pueblo, estado o nación; inversionistas extranjeros son los nuevos amos y señores de las mejores tierras agrícolas y de quienes quedan allí resistiendo y habitándolas.
Cada año, millones de hectáreas se desocupan a través de violencia, engaños, masacres y deudas, para atender las exigencias de estos grandes inversionistas de commodities en tierras alquiladas, a precios simbólicos, en ocasiones con el Estado, principal práctica del continente africano; en Nuestra América, con un gran poder de las corporaciones agroalimentarias en Brasil y Argentina. Capitalismo gangsteril, lo llama Gilberto Tobón.
“Una tierra arrasada por imposición de agro commodities significa una humanidad desarraigada y despojada de lo básico para vivir con dignidad”
En estos continentes escogidos, los gobernantes manejan el Estado como negocio privado. A nadie se consulta. Solo se informa del nuevo señor de las tierras y amo de los sometidos. Cualquier voz es silenciada. No hay explicaciones ni debate, nadie sabe nada y muchos no quieren saber por miedo a ser asesinados. Los contratos no son públicos. Leasing agrícola es el disfraz; en realidad, acaparamiento de tierras para monopolios agroindustriales. La subasta de la Amazonia es un buen ejemplo, así como las tierras localizadas sobre una de las reservas de agua dulce más grandes del planeta, el acuífero Guaraní, entre Brasil, Paraguay, Uruguay y Argentina, a donde sus pampas fueron convertidas principalmente en monocultivos de soja y maíz transgénico.
Bajo esa lógica, el agro es un verdadero casino de especuladores y las bolsas de valores de Chicago o New York se tornan salas de delitos contra la humanidad. Especulan y manipulan los capitales, las necesidades y la disponibilidad de comida; a semejanza de las grandes superficies, centros de usura que ofrecen y venden lo que no producen y nunca presentan pérdidas como los campesinos y productores, llamados pomposamente proveedores de alimentos; en realidad, proveedores de la riqueza de traficantes de alimentos que ofrecen y venden sin correr ningún riesgo.
El capitalismo intenta esconder los graves impactos socioeconómicos, culturales ambientales y ecológicos que provoca, como ha hecho con la llamada “revolución verde” en la agricultura. Entre ofrecer un bocado de comida y alimentar un carro, esto último es lo más lucrativo y lo que menos problema les representa a las grandes inversiones, respaldadas por el beneplácito de la corrupción estatal que campea por doquier. En Colombia, por ejemplo, se crearon las Zidres, de las cuales escribió la organización internacional OXFAM: “La Cámara de Representantes de Colombia está debatiendo en plenaria el Proyecto de Ley 223 (2015), con el que se pretende crear y desarrollar las Zonas de Interés de Desarrollo Rural, Económico y Social (ZIDRES). Se trata de un instrumento que legalizaría la acumulación irregular de predios por parte de empresas nacionales y extranjeras, causando efectos negativos en términos de concentración y expropiación de tierra”. Era la respuesta de las fuerzas reaccionarias a las Zonas de Reserva Campesina (ZRC), instrumento para desarrollar el campo bajo la Constitución de 1991.
Producir agro combustibles, en vez de comida, con la disculpa del calentamiento global, es el modo de imponer monocultivos que desalojan a millares de familias campesinas y comunidades indígenas y afrodescendientes en todo el mundo; se despoja la tierra de cobertura vegetal, transformando los territorios selváticos en desiertos verdes para agro combustibles (etanol y biodiesel). Se destacan: la palma de aceite (carburantes/aceites), la soja (alimentación pecuaria y biocombustibles), caña de azúcar (carburante/etanol/azúcar), jatropha (carburantes), maíz (carburante / etanol, ante todo EEUU) y canola para Canadá y Europa. También, monocultivos de eucalipto y pino, para biocombustibles de segunda generación y celulosa para monopolizar la producción de cartón y papel; los Estados favorecen a los pulpos del eco papel y los agrocombustibles, ayudando a destruir todo intento de organización campesina para resistir los eco-avasallamientos.
Hoy, se estima que el total de hectáreas destinadas para los agrocombustibles, a nivel global, darían para alimentar una cuarta parte de la población mundial. Así, entre más hectáreas se destinen a esto, más escasos y caros serán los alimentos. Si EEUU supliera su demanda actual de combustibles fósiles con agrocombustibles, necesitaría cultivar 121% de la superficie agrícola actual, pues consume 25% de la producción mundial de petróleo en el sector automotriz. De ahí su estrategia de biocombustibles para reducir la importación de petróleo y para mayor eficiencia y “sustentabilidad”.
La idea que los agrocombustibles son limpios es falsa, pues toda quema de combustible produce, en menor o mayor grado, acumulación de gas carbónico en la atmósfera. Además, se producen con el paquete de la “revolución verde”, es decir, con venenos derivados del petróleo, fertilización química, sistemas de riego, mecanización y semillas hibridas y transgénicas, y no crecen de forma autónoma, como lo hace un bosque; no son limpios porque producen impacto en la atmósfera, por la combustión del alcohol que libera óxido de nitrógeno, que se vuelve óxido nitroso y genera lluvias ácidas. Estudios científicos muestran que los principales cultivos destinados a producir agrocombustibles tienen un impacto climático mayor que los combustibles fósiles que pretenden sustituir: el aceite de canola provoca 1,2 veces más calentamiento global, el aceite de soja el doble y el aceite de palma tres veces más. Otros estudios muestran que para cubrir la demanda de agrocombustibles en Europa, es necesario sembrar constantemente 14 millones de hectáreas con esos monocultivos. Según este estudio, los biocombustibles para el transporte en Europa consumen 32% de aceite de soja, 50% de aceite de palma y 58% de aceite de canola; el estudio indica que 18% del aceite de soja y el 10% de granos que se producen en el mundo, son transformados en etanol para gasolina. Las materias primas más usadas para producir biodiesel en 2019 fueron los aceites vegetales, de palma (29%), soja (25%) y colza (17%). El 29% restante son materias primas como aceites vegetales usados, grasas animales y otros aceites vegetales vírgenes, como el de girasol. EEUU produce cerca de 350 millones de toneladas de maíz, y aproximadamente el 50% de esa producción es desviada para producir agrocombustibles, para ser independientes en importación de crudo.
Insensatez humana: la destrucción del planeta sigue su curso. Mientras, los grandes capitales de la agroindustria gastan enormes sumas en la producción insostenible de agrocombustibles, para resolver la dependencia del petróleo y salvar su modelo consumista. A cualquier costo buscan el lucro, de forma extraterritorial, a partir de la disponibilidad de tierras baratas o sin ningún costo, sol y mano de obra esclava para producir commodities. Ese sistema financiero de la alimentación mundial, revive al siervo y la servidumbre en el campo, con deudas impagables, condenando a todo aquel que intente resistir, en el medio rural.
La paz para Colombia no puede depender de prestar el territorio para que grandes corporaciones se instalen, a cualquier costo, para producir materias primas y sostener un sistema pecuario internacional basado en transformar granos y harinas de pésima calidad con residuos de venenos para el consumo humano global.
En la hora del CAMBIO, el pacto debe estar alerta para dilucidar la guerra de influencias e intenciones de los corruptos para impedir que la Colombia humana haga una transformación profunda de la tenencia de la tierra, para producir la comida que necesitamos y dar los primeros pasos hacia la autodeterminación alimentaria, en manos de campesinos y campesinas, y no depender de la compra de servicios de la seguridad alimentaria que ofrecen los grandes capitales de la agroindustria.
“Para lograr la paz en Colombia es necesario desactivar toda iniciativa de acaparar tierras para la agroindustria extranjera y su producción masiva de commodities, a cualquier costo social, económico, cultural y ambiental, mientras la población rural deambula por el territorio nacional en busca del pedazo de tierra que con violencia le usurparon”
No falta el argumento politiquero de “hacer parte de los globalizados, de no quedarse atrás” para lograr el statu quo de un nuevo estado económico a discreción de la agroindustria extranjera de “nuevos dominados y dominadores” con la subasta del territorio. Engañando a la gente y proponiendo entregar o regalar tierras, sin ningún derecho de ocupación, tan solo la ilusión del “favor” del empleo, desarrollo, progreso y la fantasía de activar mercados locales, con jornaleros sin voz y dignidad. Es el sapo que el Pacto histórico no debe tragar: la trampa de la descampesinización.
“En Colombia sube el precio de los alimentos. Cuando los alimentos son menos accesibles y escasean, el hambre es el epicentro en que las naciones convulsionan; evitémoslo, ayudando a que millones de personas desplazadas por la violencia regresen a sus tierras a producir, como antes, comida en abundancia, sin residuos de veneno y de buena calidad”
Jairo Restrepo Rivera/Estocolmo/agosto, después de aquel 19/2022.